Hace poco entré a una clase universitaria. El profesor, de unos 60 años y educado en el exterior, lanzó una pregunta en el salón:
-¿Qué piensan si les digo que nunca he tomado una Pílsener, no he ido al estadio, no me gusta el encebollado de pescado y no simpatizo con la salsa?
Las respuestas no se hicieron esperar. Y apuntaron en muchas direcciones.
-"Usted no es guayaquileño"
-"Es un australiano"
-"Creo que es un mentiroso".
Y una de ellas se identificó con el maestro: "Usted se parece a mi. Tampoco voy al estadio, no me gusta el encebollado...".
El docente miró fijamente a los alumnos y soltó su respuesta: “sí, soy guayaquileño”. ¿Un atípico guayaco? Probablemente sí, al menos, para aquellos que ven a la Pílsener, el encebollado y otros como elementos estrechamente ligados a la identidad del guayaquileño. Si hay un guayaco que se identifica más allá de esos patrones, ¿cómo es ese individuo?
Primera parada: el clásico del Astillero.
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