11.8.19

Así recibe Guayaquil a sus migrantes


Pasaron dos años desde que se fue a Madrid. Allá logró un trabajo y la residencia. La tecnología hizo que no se desvincule totalmente de su tierra. Las videollamadas por celular lo mantenían ligado a su familia. Cortando la distancia, apaciguando la nostalgia.
Un viernes de verano Gabriel volvió a Guayaquil. Su familia se preparó para recibirlo en el aeropuerto. 





Agosto es el mes en el que muchos migrantes ecuatorianos vuelven a casa aprovechando las vacaciones en España. El mes de los reencuentros. Una buena parte reside en ese país desde finales de los noventa cuando la crisis bancaria provocó una estampida migratoria. Y las aerolíneas lo saben. La demanda de tiquetes disparan los precios de las tarifas.
Aquella mañana fría en Guayaquil había decenas de familias esperando el aterrizaje de un vuelo que venía de Madrid.
Unas 200 personas copaban la puerta de salida. La familia de Gabriel estaba allí, en medio de otras que portaban carteles, tarjetas, camisetas estampadas con las fotos de migrantes y globos. Unos alistaban las cámaras de sus celulares para grabar el momento.
Media hora después del arribo del avión, la puerta de salida internacional se abrió con los primeros pasajeros. Detrás de ellos caminaban los maleteros con equipajes forrados en plástico. Como los ecuatorianos gustan traer sus maletas en vuelos de largo alcance.
Entre los primeros pasajeros salió un joven. Su madre lo reconoció a la distancia.





La emoción de volverlo a ver aceleró su reacción. No aguantó y, en medio del corredor, apresuró el paso para salir al encuentro y abrazarlo. "Qué bonito recibimiento" susurró una mujer.
Detrás de escena, otra familia esperaba a una viajera con un cartel colgado sobre una maleta pequeña. "Bienvenida Esther" rezaba en la pancarta escrita a mano. Una pequeña llevaba dos globos de helio y con su inquieta mirada esperaba que su pariente aparezca entre la multitud.
La dependiente de un quiosco que está a pocos pasos de la salida internacional es una de las principales abastecedoras de esos globos. Empujados por la algarabía que se vive en los minutos de espera, muchas familias se animan a hacer el gasto en esa isla de souvenirs. Compran globos con caritas felices o con la leyenda Welcome o Bienvenido a casa. 




Los emotivos reencuentros se van replicando uno tras otro a medida que los pasajeros salen de los filtros de migración y pasan la revisión de aduana con tres, cuatro, cinco maletas. Los abrazos entre madres e hijos se funden mezclados con lágrimas.
Los recibimientos son nutridos. Porque a algunos los esperan los amigos y vecinos del barrio. Aquellos que tienen grabados recuerdos con el migrante.
En medio de los recibimientos se escucha una amalgama de frases: "Qué cambiado estás", "estás más blanco", "se te ha pegado el acento". Toda una descarga de frases para romper el momento.
Es el turno de Gabriel. Su mamá lo recibe emocionada. Desprende la cinta de seguridad que separa a los viajeros de sus familias y va a su encuentro. 




Las lágrimas recorren su rostro mientras lo abraza fuerte. El momento es grabado por su nieta que minutos después comparte la secuencia por el WhatsApp familiar. La expectativa es elocuente detrás del teléfono. Los mensajes de bienvenida para el recién llegado entran al instante. Tiene un mes para verlos antes de que vuelva a España.
A medida que pasan los minutos las familias se van disipando de ese rincón del aeropuerto. Van a las casas donde han preparado desayunos con lo que más les gusta a sus migrantes: bolones, encebollado o cebiches... Otro vuelo de Nueva York está por salir. 


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