Cuando por trabajo pasé unas horas en El Cairo, Honsi Mubarak estaba por cumplir 30 años en el poder. Un año después su largo periodo terminó abruptamente tras protestas. Egipto movía por esos días unos 15 millones de visitantes anuales. La inestabilidad y la sombra del terrorismo le pasaron una dura factura estos años. Su ingresos por visitantes cayeron a 6,3 millones. Mubarak, que estaba condenado a cadena perpetua, ha sido absuelto semanas atrás y puede regresar a su casa.
Comparto este relato del Egipto que conocí y las huellas de su pasado faraónico.
El presidente estaba de regreso de Corea del Sur a Ecuador. El avión debía hacer una parada de abastecimiento de combustible en El Cairo, Egipto. Personal de la casa de Gobierno había anunciado en el trayecto que el Mandatario iba a aprovechar la escala para visitar las pirámides cercanas a la capital egipcia. La comitiva que lo acompañaba debía decidir si esperaba en el aeropuerto o acompañaba al jefe de Estado pagando su propio tour.
Eran los días donde Hosni Mubarak gobernaba Egipto. Estaba por cumplir 30 años en el poder. Sus cuadros colgaban en las oficinas públicas. Y el hangar donde aterrizó el avión presidencial no era la excepción.
No era una visita oficial del presidente ecuatoriano a El Cairo. Pero desde la salida del aeropuerto y en todo el recorrido de los buses que llevaban la comitiva, la guardia egipcia custodiaba el trayecto.
Decenas de guardias cairotos de blanco. Atentos a los buses de la caravana presidencial y su comitiva. Abriendo paso para que el trayecto sea más ágil en medio del caótico tránsito de la capital egipcia, una de las ciudades más pobladas del mundo.
Esa mañana era calurosa. Sofocante. Con un sol de desierto que parecía penetrar el bus y doblegar el aire acondicionado.
Desde los ventanles del bus se podían ver a mujeres caminando por esas calles calientes, algunas vestidas con burkas, como si no se inmutaran por el clima.
Los edificios céntricos no eran arquitectónicamente llamativos. Lo llamativo era ver cómo estaban cubiertos de polvo. Como si una tormenta de arena del desierto hubiese pasado por allí, dejando su huella impregnada.
En cada uno de esos edificios decenas de antenas de televisión por cable colgaban cerca de los ventanales. Más tarde me enteraría de que un porcentaje de egipcios captaban señal internacional de manera ilegal, algo difícil de controlar cuando lo hace una mayoría.
Dejando el centro, en las afueras de El Cairo, un ciudad metida entre un cementerio atrapó mi atención. Cientos de pequeñas casas aparecían entre mausoleos grises y coloridos. El guía que iba en el bus las llamó el'arafa (el cementerio). Una ciudad construida en medio de tumbas. Residencia de cientos de cairotos. La mayor parte de bajos recursos. Los turistas la llaman la Ciudad de los Muertos. Los egipcios creen que tras la muerte realmente empieza la vida. Y muchos prefieren estar allí para sentirse cerca de sus antepasados, dijo el guía. Desde el bus se podían ver viviendas precarias entre las que se veían niños corretear. Al paso, el guía dosificaba la historia y a la vez trataba de vender en el tour camisetas estampadas con imágenes de Egipto, de sus pirámides y sarcófagos.
Unos 20 minutos nos tomó llegar a las afueras de El Cairo. El guía no tuvo que decir que nos aproximábamos a las pirámides. A metros de distancia, la imponente altura las ponía en evidencia. Las grandes pirámides de Guiza y la gran esfinge que solo había visto en las revistas de National Geographic. Símbolo del poderío que alguna vez representó el Antiguo Egipto con sus faraones.
Ni bien pusimos un pie, los vendedores de souvenirs y enganchadores que ofrecían fotos con el fondo de las pirámides nos abordaron. Ese día varios buses con turistas occidentales y asiáticos copaban el complejo. La gente hacía fila para entrar a una de las pirámides.
El privilegio de estar en una comitiva presidencial hizo que la espera sea menor que el común de los turistas.
Ingresamos al interior de las pirámides por grupos. Uno tras otro por pasadizos estrechos. Calurosos. Construidos casi a la perfección.
La pirámide de Kefrén, que pertenece a la necrópolis de Guiza, era la más fotografiada por las visitas junto a la gran esfinge de nariz chata.
La Esfinge está construida en un solo bloque de piedra natural, y mide 57 metros de longitud y casi 20 metros de altura.
La monumental escultura se encuentra en la ribera occidental del río Nilo, que si alguna vez fue cristalino, ahora se ve turbio, opaco, como para estar a juego con el tono de los edificios.
Agobiado por la crisis que se disparó en el 2011 con la caída de Mubarak, Egipto ha ido perdiendo durante estos años su flujo turístico.
Los visitantes descendieron drásticamente por las amenazas terroristas y la inestabilidad política que vivió el país esos años. De 15 millones de visitantes que recibía, la cantidad cayó a 6,3 millones por año.
Dependiente del turismo, ese descenso incluso ha creado dificultades para conservar su fabuloso patrimonio del país. Gran parte almacenado en un museo que está en el centro de El Cairo. En un edificio que tienen similitud a la Biblioteca Municipal de Guayaquil, pero en doble tamaño.
Semanas atrás leí en un despacho noticioso internacional que Mubarak, quien había sido condenado a cadena perpetua tras su caída del poder por la muerte de 800 egipcios, ha sido absuelto y puede regresar a su casa. Pero ya nada será igual para ese Egipto que alguna vez fue el imán turístico del norte de África.
Comparto este relato del Egipto que conocí y las huellas de su pasado faraónico.
El presidente estaba de regreso de Corea del Sur a Ecuador. El avión debía hacer una parada de abastecimiento de combustible en El Cairo, Egipto. Personal de la casa de Gobierno había anunciado en el trayecto que el Mandatario iba a aprovechar la escala para visitar las pirámides cercanas a la capital egipcia. La comitiva que lo acompañaba debía decidir si esperaba en el aeropuerto o acompañaba al jefe de Estado pagando su propio tour.
Eran los días donde Hosni Mubarak gobernaba Egipto. Estaba por cumplir 30 años en el poder. Sus cuadros colgaban en las oficinas públicas. Y el hangar donde aterrizó el avión presidencial no era la excepción.
No era una visita oficial del presidente ecuatoriano a El Cairo. Pero desde la salida del aeropuerto y en todo el recorrido de los buses que llevaban la comitiva, la guardia egipcia custodiaba el trayecto.
Decenas de guardias cairotos de blanco. Atentos a los buses de la caravana presidencial y su comitiva. Abriendo paso para que el trayecto sea más ágil en medio del caótico tránsito de la capital egipcia, una de las ciudades más pobladas del mundo.
Esa mañana era calurosa. Sofocante. Con un sol de desierto que parecía penetrar el bus y doblegar el aire acondicionado.
Desde los ventanles del bus se podían ver a mujeres caminando por esas calles calientes, algunas vestidas con burkas, como si no se inmutaran por el clima.
Los edificios céntricos no eran arquitectónicamente llamativos. Lo llamativo era ver cómo estaban cubiertos de polvo. Como si una tormenta de arena del desierto hubiese pasado por allí, dejando su huella impregnada.
En cada uno de esos edificios decenas de antenas de televisión por cable colgaban cerca de los ventanales. Más tarde me enteraría de que un porcentaje de egipcios captaban señal internacional de manera ilegal, algo difícil de controlar cuando lo hace una mayoría.
Dejando el centro, en las afueras de El Cairo, un ciudad metida entre un cementerio atrapó mi atención. Cientos de pequeñas casas aparecían entre mausoleos grises y coloridos. El guía que iba en el bus las llamó el'arafa (el cementerio). Una ciudad construida en medio de tumbas. Residencia de cientos de cairotos. La mayor parte de bajos recursos. Los turistas la llaman la Ciudad de los Muertos. Los egipcios creen que tras la muerte realmente empieza la vida. Y muchos prefieren estar allí para sentirse cerca de sus antepasados, dijo el guía. Desde el bus se podían ver viviendas precarias entre las que se veían niños corretear. Al paso, el guía dosificaba la historia y a la vez trataba de vender en el tour camisetas estampadas con imágenes de Egipto, de sus pirámides y sarcófagos.
Unos 20 minutos nos tomó llegar a las afueras de El Cairo. El guía no tuvo que decir que nos aproximábamos a las pirámides. A metros de distancia, la imponente altura las ponía en evidencia. Las grandes pirámides de Guiza y la gran esfinge que solo había visto en las revistas de National Geographic. Símbolo del poderío que alguna vez representó el Antiguo Egipto con sus faraones.
Ni bien pusimos un pie, los vendedores de souvenirs y enganchadores que ofrecían fotos con el fondo de las pirámides nos abordaron. Ese día varios buses con turistas occidentales y asiáticos copaban el complejo. La gente hacía fila para entrar a una de las pirámides.
El privilegio de estar en una comitiva presidencial hizo que la espera sea menor que el común de los turistas.
Ingresamos al interior de las pirámides por grupos. Uno tras otro por pasadizos estrechos. Calurosos. Construidos casi a la perfección.
La pirámide de Kefrén, que pertenece a la necrópolis de Guiza, era la más fotografiada por las visitas junto a la gran esfinge de nariz chata.
La Esfinge está construida en un solo bloque de piedra natural, y mide 57 metros de longitud y casi 20 metros de altura.
La monumental escultura se encuentra en la ribera occidental del río Nilo, que si alguna vez fue cristalino, ahora se ve turbio, opaco, como para estar a juego con el tono de los edificios.
Agobiado por la crisis que se disparó en el 2011 con la caída de Mubarak, Egipto ha ido perdiendo durante estos años su flujo turístico.
Los visitantes descendieron drásticamente por las amenazas terroristas y la inestabilidad política que vivió el país esos años. De 15 millones de visitantes que recibía, la cantidad cayó a 6,3 millones por año.
Dependiente del turismo, ese descenso incluso ha creado dificultades para conservar su fabuloso patrimonio del país. Gran parte almacenado en un museo que está en el centro de El Cairo. En un edificio que tienen similitud a la Biblioteca Municipal de Guayaquil, pero en doble tamaño.
Semanas atrás leí en un despacho noticioso internacional que Mubarak, quien había sido condenado a cadena perpetua tras su caída del poder por la muerte de 800 egipcios, ha sido absuelto y puede regresar a su casa. Pero ya nada será igual para ese Egipto que alguna vez fue el imán turístico del norte de África.
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