Vladimir Putin y Donald Trump caminaban por la alfombra roja de la Joint Base Elmendorf-Richardson, en Anchorage, Alaska, cuando un sobrevuelo llamó la atención del mandatario ruso.
El presidente ruso levantó la cabeza para observar, brevemente, el paso del bombardero furtivo B-2 Spirit, acompañado de cuatro cazas F-35, mientras Trump le comentaba algo, el viernes 15 de agosto.
La pasada de los cinco aviones fue parte del escenario de recibimiento a Putin en esa base, donde además se colocó un peculiar decorado: un letrero con la inscripción “Alaska 2025” y aeronaves a los costados.
Esta presentación se interpretó como una demostración clara de fuerza y del poderío militar de Estados Unidos.
El B-2 Spirit es un avión simbólico para Estados Unidos. Sus misiones pueden superar las 40 horas.
Este avión fue desarrollado durante la Guerra Fría por Northrop Grumman y fue el primer bombardero estratégico furtivo del mundo.
Utiliza un diseño de ala volante, ideado por Jack Northrop. Puede portar armas convencionales y nucleares, volar por encima de los 50.000 pies y alcanzar más de 9.600 kilómetros sin reabastecimiento.
Debutó en combate en 1999, durante la guerra de Kosovo, y ha sido clave en conflictos en Afganistán, Irak y otros.
Solo se construyeron 21 unidades y actualmente quedan menos de 20 operativas, lo que hace cada aparición pública especialmente significativa.
En el Museo Nacional de la Fuerza Aérea, en Dayton (Ohio), se exhibe el único B-2 visible al público, ensamblado tras extensas pruebas. El resto permanecen en bases restringidas.
Estados Unidos está invirtiendo en modernizar el B-2 para mantenerlo operativo hasta su reemplazo por el B-21 Raider, en la próxima década.
Las mejoras incluyen avances en materiales absorbentes de radar, sistemas de comunicación satelital avanzada y reducciones en los tiempos de mantenimiento.
Durante la operación “Midnight Hammer”, en junio de 2025, siete B-2 realizaron una misión de 37 horas para atacar una instalación nuclear iraní en la planta de enriquecimiento de Fordow. La tripulación contó con comodidades como baños, microondas y refrigeradores para sostener el largo vuelo. En el despliegue se emplearon bombas GBU-57 “bunker-buster”. Cada unidad supera los 2 mil millones de dólares en valor estimado.
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